TOC o Trastorno Obsesivo Compulsivo
Hasta últimos del siglo XIX esta perturbación del pensamiento estaba sin definir. Si bien desde antiguo se la había relacionado con los escrúpulos de conciencia y la psiquiatría clásica la había vinculado a la melancolía, al delirio paranoico y a la esquizofrenia, sin establecer una caracterización nítida de la alteración, fue Sigmund Freud quien localizó su naturaleza precisa y la dotó de contenido localizando las fronteras de lo que denominó Neurosis Obsesiva. A partir de entonces fue separada definitivamente de las psicosis. Hoy en día se denomina Trastorno Obsesivo Compulsivo (el ya popular TOC) puesto que los síntomas manifiestos son obsesiones (ideas) y compulsiones (actos).
El TOC es un dispositivo defensivo frente a pensamientos recurrentes e intrusivos que se le imponen a un sujeto y sobre los cuales no tiene control. Estos pensamientos le abruman debido a su contenido, con el cual no se suelen identificar y niegan sistemáticamente que tengan nada que ver con su verdadera voluntad.
Casi siempre se acompaña de actos, manías, ritos compulsivos destinados a controlar esos pensamientos. Estos actos son como las supersticiones: si no lo cumplo, algo malo me sucederá, a mí o a otra persona a la que quiero.
Ejemplos de pensamientos obsesivos
– Es muy habitual la idea angustiosa de que algo malo le pueda ocurrir a un ser querido, que tenga un accidente de tráfico por ejemplo, le sobrevenga una enfermedad grave, mortal, que se ahogue comiendo, miedo constante a que el hijo se caiga en los columpios o se queme o electrocute en casa. El sujeto es consciente de la irracionalidad de estos miedos, de la exageración puesta ante el peligro, pero aun así esas ideas se le imponen de manera brusca y angustiante.
– La idea impuesta de ser homosexual, normalmente vivida en forma de duda: “¿seré homosexual?”, a veces expresada mediante la negación: “no es que yo sea homosexual”. Aunque la elección de la pareja haya sido siempre heterosexual, la sospecha de la homosexualidad lo acosa, lo angustia y tiende a defenderse de ella.
– Miedo a quedarse embarazada o la idea de estarlo, cuando a lo mejor ni siquiera se tiene pareja ni se mantienen relaciones sexuales con nadie.
– Temor a contagiarse o a padecer una enfermedad grave. Hipocondría: a menudo por pequeños síntomas como tos o un dolor de cabeza aparece la idea obsesiva y torturante de padecer una enfermedad grave que no tiene cura y que la muerte está próxima. Consultan con frecuencia a los médicos y aunque estos confirmen su buen estado de salud la idea de estar enfermo persiste, casi siempre en forma de duda, sin certeza.
– La idea de ir a matar a alguien sin querer, a cometer un accidente. A menudo se trata de personas amadas como la madre, el padre, la pareja o el hijo. La idea torturante de ir a empujar accidentalmente a un amigo a las vías del tren, por ejemplo, o de que el bebé se le vaya a caer de los brazos. O miedo irracional de haber matado a alguien, con la necesidad de paralizar cualquier cosa que se esté haciendo y de tener que ir a comprobar si realmente esto ha ocurrido o no.
– La idea de no amar a la pareja. Se interrogan acerca de la calidad de su amor y de la capacidad de ser fieles, con miedo de no serlo, aprensión a pensar en otras mujeres o a mirarlas siquiera. A menudo no se creen dignos de esa relación o más bien dudan de si lo son o no.
– Presencia inopinada en la mente de palabras blasfemas mientras se está en un acto solemne, a veces acompañado de la fantasía de proferir insultos o cometer ordinarieces en momentos en los que se exige justo la conducta contraria como en iglesias, ritos religiosos, conferencias en público, homenajes, desfiles, funerales, etc.
Ejemplos de compulsiones, manías y rituales
Los ritos se ponen en marcha a modo de antídoto contra los pensamientos intrusivos, a la manera de conjuros contra ellos y tienen como finalidad neutralizar los pensamientos o deseos irracionales rechazados, purificarse, expiar la culpa y apaciguar la angustia concomitante. Es un mecanismo ligado a la superstición de modo que se tiene la convicción de que si no se lleva a cabo el ritual algo malo acaecerá y los pensamientos tan temidos tendrán lugar en la realidad. Si algo impide llevarlo a cabo, y además completos y al pie de la letra, una gran angustia le puede sobrevenir.
A menudo estos rituales absorben buena parte del tiempo de la vida de una persona, entorpeciendo el curso de la vida cotidiana y el de los que conviven con ella.
Existe una gran variedad de ritos y manías con matices propios de cada sujeto, pero de una manera general encontramos a menudo este tipo de vicisitudes:
– Comprobar muchas veces al día si se ha cerrado bien la puerta de casa, la llave del gas o si se apagaron los grifos o se desenchufó algún aparato eléctrico antes de salir de casa.
– Lavarse compulsivamente las manos u otras partes del cuerpo o el cuerpo entero, o la ropa, tanto si se ha tenido contacto físico con personas u objetos como si no.
– Realizar operaciones matemáticas a modo de fórmula mágica que proteja de algún mal, como por ejemplo buscar determinado número o combinación numérica en las matrículas de los coches.
– Manías como dar un número determinado de golpes en la mesa antes de ponerse a estudiar o en una puerta antes de entrar.
– Decir conjuros en voz alta, o para sí mismo, a base de palabras o números o expresiones, una o varias veces antes o después de hacer algo o ir a algún sitio o encontrarse con alguien.
– Colocar los objetos de una habitación de determinada manera, por ejemplo la ropa antes irse a dormir, la almohada y las puertas o los objetos que están encima de la mesa.
– Emplear un tiempo excesivo en los quehaceres de la higiene personal o del hogar, con dudas continuas sobre si se ha cometido algún error en el lavado, el vestido o la desinfección de la casa.
Omnipotencia del pensamiento
En buena medida la angustia de que ocurra algo de lo que se piensa comparte características con la naturaleza del pensamiento mágico-animista, típico del pensamiento del niño, así como de las culturas primitivas y se caracteriza, entre otras cosas, por una tendencia a identificar el pensamiento con la realidad.
Esto no tiene nada que ver con la capacidad intelectual del obsesivo aunque todo esto pueda parecer absurdo. De hecho en la cultura encontramos mecanismos similares, como por ejemplo en todas las religiones, aunque de diferentes maneras. En el catolicismo, por ejemplo, encontramos el rezo; rezar es producir palabras (pensar, generar ideas, pronunciar palabras) para que se cumplan en la realidad.
No es pues un asunto de inteligencia sino de neurosis. La neurosis es un efecto de la cultura, es el resultado de la adaptación de los deseos humanos a las normas de la civilización. El sujeto obsesivo puede ser muy inteligente, ser capaz de desempeñar puestos de alto requerimiento intelectual aunque cuando la neurosis es grave pueden quedar invalidados para la vida laboral e intelectual, no por la inteligencia sino debido a los sentimientos de culpa, a los castigos autoimpuestos, a las dificultades para realizar los deseos o cualquier intención y a la abulia o desgana de vivir. También la energía y el tiempo empleados en los rituales colaboran en el boicot que estos sujetos se pueden hacen a sí mismos para no triunfar en la vida. Todo se da en ellos como si se impidieran determinadas satisfacciones o como si se castigaran.
No se trata de un asunto cognitivo, sino sentimental, moral. Se trata de defensas puestas al servicio de no sentir algo, de no experimentar una satisfacción considerada inmoral. No se consigue nada intentando hacerles razonar las cosas para que vean que la realidad es diferente a lo que piensan porque asuntos inconscientes están en juego. Cualquier terapia que no tenga esto en cuenta fracasará a largo plazo.
Sentimiento de culpa
Lógicamente todo esto no es sin culpa; se acompaña de remordimientos que pueden llegar lejos, a veces incluso hasta hacerse responsable de un asesinato que se haya leído en el periódico, o de un robo, de pederastia, etc., sin que se haya cometido jamás ni se tenga ninguna relación con ello.
Las novelas de Kafka dan buena cuenta de estos estados, por ejemplo en “El proceso”, historia en la que un hombre es arrestado y juzgado sin que nadie le explique de qué se le acusa, haciéndole pasar por todo un penoso proceso judicial, angustiante y absurdo, al que el protagonista se somete guiado por cierta culpa incógnita, oscura. O los personajes de Dostoievski, por ejemplo en “Los hermanos Karamazov”, en donde se profundiza en el deseo de varios hermanos de matar al padre y del fuerte sentimiento de culpa que este deseo suscita en algunos de ellos.
Estas obsesiones no logran, pese a ser intensas y duraderas, que el sujeto pase al acto. Se trata de ideas con las que se tortura y de las cuales se defiende con fuertes estrategias. Paralelamente despliega un altísimo grado de exigencia moral, afinado y sutil, que se aplica a sí mismo y a los demás (por ejemplo en la educación de sus hijos) y que le origina un alto sentimiento de culpa enérgico y triunfante: por muchas veces al día que se lave las manos nunca queda limpia la conciencia.
La duda
Todas estas ideas están llenas de duda, nunca hay certeza verdadera. Suelen juzgarse como extranjeras, “yo no soy así”; irracionales, “no sé por qué lo pienso, si es absurdo”; inconsistentes, “no estoy seguro de haberlo pensado”, “no sé si habré dejado la puerta cerrada”, “no sé si no tendré una enfermedad grave”.
Por lo tanto, lo que ocurre es que el sujeto no puede parar de pensar una idea de manera constante, suelen ser pensamientos absurdos que aunque los que juzgue ridículos no por ello es capaz de quitárselos de la cabeza.
La angustia
Todo ello suele ir acompañado de angustia o terror a que realmente las ideas ocurran o que incluso él mismo las lleve a cabo. Por ejemplo terror a estar con su pareja porque le sobreviene la fantasía de empujarla a la carretera cuando pasan coches. Hay un temor a la realización de actos que cumplan esas ideas obsesivas. Sin embargo estos actos nunca son llevados a cabo, se trata solamente del temor de llegar a realizarlos, del juicio de sí mismo y de la culpa y el castigo que se infringe. Las verdaderas razones de por qué le ocurre todo esto son inconscientes.
Tratamiento
El psicoanálisis puede ser muy beneficioso para estos pacientes, siempre y cuando se presten a la terapia sin condiciones ya que este tipo de personalidad suele ser reacia a los tratamientos ya sean psicológicos o farmacológicos; muy a menudo minan los esfuerzos terapéuticos, desconfían de los terapeutas y buscan en ellos defectos, errores y excusas para justificar su miedo a enfrentarse con su deseo. Tienden a desprestigiar al profesional para aferrarse a sus síntomas y a sus significados. Tampoco quieren perder la sensación de control sobre su vida y sobre los que le rodean, sensación que notan tambalearse al empezar una terapia. Tampoco creen en el inconsciente ya que toda su fe está entregada a su pensamiento consciente.
Sin embargo, cuando se prestan a la terapia y consiguen enfrentarse valientemente a las angustias que puedan atravesar durante el proceso el resultado es excelente.
La neurosis obsesiva es debida a determinados sentimientos hostiles reprimidos, son inconscientes y están dirigidos hacia otras personas y otras causas diferentes a las de los pensamientos obsesivos de sus síntomas.
Los pensamientos son palabras y el inconsciente es un registrador de palabras, las palabras están asociadas unas a otras y el deseo queda escrito a fuego, simbolizado por cadenas complejas de palabras. Si el paciente consigue dejarse llevar por la libre asociación e ir atravesando el paisaje de las cadenas de palabras asociadas unas a otras apreciará que la ideas terribles que le atormentaba ni son tan terribles, ni tienen que ver con asuntos reales, sino fantasmáticos, imaginarios.
La hostilidad es inherente al ser humano. Desearle la muerte a alguien en un determinado momento no le convierte a uno en un asesino. Para el inconsciente el desear algo es ya como si hubiera pasado en realidad, no distingue realidad de imaginación para insuflar culpa.
El hecho de acceder a las razones inconscientes por las cuales uno experimenta esa hostilidad, saber a quién va dirigida en realidad y debido a qué causa (porque hay siempre una razón, también inconsciente) le permite al obsesivo aceptarlas como propias y hacerse cargo de ellas. Solucionar el conflicto, responsabilizándose de sus deseos, libera al obsesivo de una carga moral inmensa. Es la única terapia que cura de verdad y para siempre.