Deseo, necesidad y demanda
Recordemos por un momento el cuento de Andersen “La pequeña cerillera”, la niña que en la indigencia total se reconforta con las fantasías que son iluminadas por las cerillas que va encendiendo una a una. Le permiten burlar el hambre y la soledad por breves momentos. Imagina una estufa que le da calor, un banquete con comida, un árbol de navidad con regalos y finalmente el amor de su abuela. Conquista así algo de satisfacción. Las cerillas se encienden, se apagan y se suceden, como los deseos, una tras otra, hasta que se acaban y finalmente muere. Es una metáfora de la vida.
Necesidad
La necesidad es algo biológico, instintivo, un apetito que surge de las exigencias del cuerpo y que desaparece, temporalmente, una vez satisfecha. Nos referimos a necesidades tales como beber, comer, dormir, descansar, etc. Su función última es sostenernos vivos; si la necesidad no es satisfecha podemos morir.
En cambio el único objetivo del deseo es algo psíquico, la obtención de placer. Si el deseo no se satisface quizás no muramos pero puede causar malestar psíquico. Vivir sin deseo puede llegar a experimentarse como una muerte en vida.
Deseo y necesidad siempre corren de la mano. Por ejemplo, cuando uno come lo hace guiado tanto por la necesidad como por el deseo, ambos tan enredados que resulta imposible detectar dónde empieza uno y dónde acaba el otro. Se come para satisfacer la necesidad biológica, ordenada por funciones fisiológicas y estas por genes, y tiene como finalidad mantener el organismo vivo. Hasta aquí igual que los animales y el resto de los seres vivos. Pero en los humanos, además, está el placer de comer, el deseo de comer por puro placer. ¿Quién no conoce eso?
A veces se come sin hambre, sin necesidad, por pura gula, como se suele decir, por puro goce. A veces se come más de la cuenta, por ansiedad o, al contrario, se deja de comer porque se tienen nervios, por ejemplo antes de un examen. Otras veces se pierde incluso el hambre debido a un imperativo del deseo de no comer o comer nada. Hay bebés que por no haber llegado la cucharada cuando la reclamaban la rechazan de un guantazo, por llegar demasiado tarde, bien enfadados. Ninguna de estas circunstancias tiene que ver con la necesidad sino con el deseo.
Otra diferencia entre ambos es que sólo un objeto real puede satisfacer la necesidad biológica; por ejemplo, la necesidad de comer sólo se satisface con comida. En cambio el deseo puede ser satisfecho con objetos no reales, como los objetos fantasmáticos. Por ejemplo, a un niño lo castigan sin postre y esa noche sueña con una espléndida tarta de chocolate. Los sueños, aunque a veces no lo parezca, siempre son realizaciones de deseos.
Deseo
En los comienzos de la vida necesitamos del otro para atender esas necesidades biológicas y no morir. Es una dependencia extrema, durante largos años. La madre (o cualquier cuidador) satisface las necesidades del recién nacido. El bebé experimenta con ello un alivio, un placer y así las satisfacciones propias de la necesidad biológica quedan enganchadas al otro y a placeres asociados pertenecientes al orden de lo social. Porque cuando la madre le da de comer, además, le habla, le acaricia, le mira, le huele, le piensa, le fantasea, le proyecta sus deseos y el bebé lo mismo, siente a su madre, la huele, la mira, la escruta, la intuye, se tranquiliza con su presencia, con su calor y su amor. El bebé se satisface con el amor y casi que esto llega a ser tan importante o más que la propia comida.
El enganche al otro, empero, no solo es cuestión de amor sino que implica además la comunicación, un enganche al reino del lenguaje. La relación con el otro implica siempre el acceso a ese territorio llamado lenguaje. Eso es venir al mundo.
La falta
Ocurre que la madre no siempre está presente porque tiene otros intereses más allá de su hijo. Entonces es cuando aparece esa capacidad humana de autosatisfacerse con la imaginación. En ausencia de la madre el bebé fantasmea el objeto de satisfacción, fantasmea a la madre, fantasmea el seno materno, fantasmea todo lo que puede. Gracias a determinados mecanismos psíquicos el bebé puede hacer presente a la madre en su ausencia y evitar la sensación de abandono. Consigue así controlar imaginariamente al objeto, gracias a que lo ha internalizado. Muchos de los primeros objetos reales apoyan esta facultad imaginativa: el chupete, un muñeco, un trozo de tela, etc. Se puede observar el apego de los bebés a estos objetos o el chupeteo de la mano, o el chupete, o cualquier cosa.
El deseo no es causado por los objetos sino por la falta
Cualquier objeto puede servir para compensar esa falta. Pero la falta de la que hablamos no se trata de la falta real de la madre, que se ha ido de la habitación, o no solo, sino de una falta experimentada en la relación con ella o con cualquier otra persona ya que este otro del cual dependemos para hallar satisfacción no siempre sabe hacerlo bien o nunca lo hace bien del todo. Siempre falta algo. La satisfacción nunca es total ni completa. Y viceversa, uno tampoco es capaz de colmar la falta del otro, mucho menos el bebé puede colmar faltas en la madre. Bien, esa falta es la causante del deseo.
Entonces, podemos decir que esa dinámica por la cual se intenta compensar la falta que surge en el encuentro con el otro es el deseo mismo. Es lo que nos da la vida.
A veces ocurre que algunos bebés, niegan esa falta hasta tal punto que, de algún modo, entran en un estado existencial en el que se colocan como seres que colman la falta de la madre, como si esa falta no hubiese existido nunca. Entran en un estado de simbiosis con ella. Entonces, aquí estaríamos en el campo de la psicosis, la esquizofrenia, el autismo.
¿Qué busca el deseo?
El deseo surge de una huella dejada por una antigua vivencia de placer, quizás la primera vivencia de placer experimentada en la vida.
El deseo tiene como finalidad reproducir esta experiencia de satisfacción, por lo tanto, no se puede desear sino lo ya conocido. Ese sentimiento de satisfacción es diferente y único para cada persona.
El deseo, pues, conduce a la búsqueda de objetos con los que uno puede volverse a encontrar con aquella satisfacción original, o alguna otra lo más parecida posible. Pero la experiencia original nunca más volverá a ser encontrada teniéndonos que conformar con símiles, con la mera aspiración al rencuentro. Esta aspiración permanece en nuestro psiquismo a modo de mecanismo inconsciente, determina todas nuestras decisiones y las elecciones personales.
La demanda
La demanda es el uso que un sujeto hace del lenguaje para dirigirse al otro en busca de un reconocimiento de su deseo. El niño va a expresar al otro su deseo, ligado a necesidades o no, y sólo lo puede hacer por medio de la palabra. Demandará, pedirá cosas, agua, comida, sueño, teta, juguetes, chupete, risas, caricias, una mirada, atención, palabras. En realidad detrás de un deseo se encuentra el deseo del otro, se quiere que el otro le preste atención a su vez con su propio deseo. Esto es vivir.
Y aquí siempre hay algo que se pierde, el otro nunca nos entiende bien del todo, nuestro deseo nunca es bien satisfecho ni del todo, nunca conquistamos el deseo del otro. Algo queda siempre insatisfecho y esto es lo que nos mantiene vivos y sanos, un deseo insatisfecho en su justa medida para seguir teniendo ganas de hacer cosas y de relacionarnos con los demás.
Ocurre muy a menudo que confundimos la demanda con el deseo. Por ejemplo, hay hombres que responden a las peticiones de su esposa tratando de colmarla en todo como para que no le falte de nada. Y, paradójicamente, suelen tener esposas especialmente insatisfechas. “No sé de qué se queja, —se suelen expresar— si lo tiene todo”. A lo mejor la mujer se queja de que no le dan espacio para desear, de que confundan sus pedidos con el deseo. El deseo nunca pide cosas concretas. Pide más deseo ya que, por definición, siempre está insatisfecho. Cuando lo perdemos, quizás por un exceso de satisfacción, pueden sobrevenir graves sufrimientos como algunas depresiones o crisis de angustia.
En el caso de los niños es lo mismo. Colmar al niño de objetos de satisfacción lo postra en estados de irritación, ansiedad o hiperactividad. Hay que dejarles amplio espacio para que les falten cosas, que no tengan siempre la atención de los padres, que se quejen de aburrimiento, que tengan siempre algo para desear que les ponga activos, creativos, inventivos, a la búsqueda.
Entonces, nuestra vida prácticamente es un ir y venir en busca de la satisfacción y disponemos de mecanismos inconscientes que nos protegen de una satisfacción total. El deseo nos guía. Eso sí, no nos vale cualquier objeto, ni cualquier modo, buscamos guiados por el deseo que tiende a repetir nuestras primeras experiencias de satisfacción, aunque todo esto ocurre de modo inconsciente. Cada uno el suyo. No hay dos iguales.
La sociedad consumista ofrece los mismos objetos y modos de satisfacción para todos, prometiendo la felicidad con ellos y esto está en la base, en buena medida, del malestar contemporáneo, del aumento de la depresión, las adicciones, etc. El psicoanálisis ayuda a cada quién a encarrilarse en orden a su propio deseo que es único en el mundo.