
Los recuerdos encubridores: lo que la mente protege, pero el síntoma revela
En la consulta clínica, es común escuchar a un paciente contar alguna anécdota aparentemente banal de la infancia: una travesura en la escuela, una caída en bicicleta, una escena con un juguete perdido. Muchas veces, este tipo de relatos aparecen (por asociación mental) al hablar de malestares actuales: ansiedad, angustia, dificultades en las relaciones o síntomas físicos que no encuentran explicación médica. A primera vista, estos recuerdos pueden parecer irrelevantes o incluso graciosos. Sin embargo, el psicoanálisis nos invita a escucharlos con ciertos matices.
Sigmund Freud acuñó el término “recuerdo encubridor” para referirse a aquellos recuerdos infantiles que, lejos de ser fieles retratos del pasado, funcionan como una pantalla. Se trata de recuerdos anodinos que no reflejan directamente un acontecimiento traumático, sino que, precisamente, sirven para velarlo. En lugar de revelar directamente algo traumático o doloroso, lo encubren bajo la forma de una escena incluso alegre, aparente inofensiva. Se trata de recuerdos que encubren algo más profundo que no se puede recordar tal como fue. Esa escena elegida por el inconsciente es significativa.
Sabemos que lo que no se puede recordar, se repite. Y muchas veces se repite en el cuerpo, en el síntoma. Lo que no accede al recuerdo, retorna como malestar. Aquí es donde el síntoma se vuelve revelador. La angustia sin causa clara, la dificultad para dormir, el enojo que estalla sin motivo aparente, las repeticiones de vínculos que terminan siempre igual… Todo eso habla. El síntoma dice algo que el recuerdo encubridor intenta proteger o mantener a raya. El síntoma no miente: insiste, irrumpe, desorganiza, pero al mismo tiempo señala, comunica, dice, habla de una verdad.
Desde la perspectiva lacaniana, entendemos que el síntoma es una formación del inconsciente: no es un error del organismo, sino una construcción con sentido, aunque ese sentido no sea evidente de inmediato. El recuerdo encubridor, por su parte, también es una construcción: una forma en que el inconsciente organiza lo que no puede decir directamente. Entre el síntoma y el recuerdo, hay un lazo.
Dicho de otro modo, el recuerdo encubridor es una forma del significante, una pieza del lenguaje que se repite, que retorna, y que sostiene un goce inconsciente. En otras palabras, no recordamos al azar. El inconsciente elige qué “olvidar” y qué “recordar” para seguir hablando, para seguir manifestándose, muchas veces a través del síntoma.
Por eso, cuando en la consulta alguien recuerda “esa vez que me encerraron por jugar con pintura en la cocina”, es posible que no se trate solo de una travesura. ¿Qué se estaba jugando ahí? ¿Qué se escuchó de los adultos? ¿Qué se sintió? ¿Qué se perdió o se ganó con ese castigo? El recuerdo puede estar encubriendo una escena más significativa, relacionada con el deseo de los padres, con una pregunta sobre el lugar que uno ocupa en la familia, o incluso con pulsiones sexuales y agresivas (que suelen reprimirse con mucha facilidad).
Por ejemplo, alguien puede venir a análisis por una dificultad actual para sostener relaciones de pareja. En el relato, aparece reiteradamente un recuerdo de la infancia: una escena aparentemente inocente donde se sintió “fuera de lugar”. Al trabajar ese recuerdo, no se trata de descubrir “la verdad” de lo que pasó, sino de escuchar cómo se enlaza con el síntoma actual, qué lugar ocupaba ese niño o niña en el deseo de los otros, qué estructura subjetiva se estaba armando allí.
En análisis, el recuerdo deja de ser solo memoria: se convierte en una vía para escuchar al síntoma y lo que éste tiene para decir.
En la terapia psicoanalítica no se trata e interpretar “lo que realmente pasó”, como si el recuerdo fuera un enigma con una única solución. Se trata, más bien, de dejar que ese recuerdo hable, que se articule con otros, que se escuche su lógica y su insistencia. En ese recorrido, se abren nuevas formas de entender el malestar actual, y también nuevas posibilidades de posicionarse frente a él.
Si un sujeto siente que hay algo que se repite sin que lo pueda manejar, si hay recuerdos que vuelven una y otra vez sin saber bien por qué, quizás sea el momento de darle un espacio a eso en un análisis. En un espacio donde no hay juicio ni respuestas prefabricadas, sino escucha y deseo de saber.