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Melancolía

El duelo es la reacción natural a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente. En algunas personas con una predisposición particular puede  aparecer la melancolía en lugar del duelo.

Según Sigmund Freud:

“La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución del amor propio. Esta última se traduce en reproches y acusaciones, de que el paciente se hace objeto a sí mismo, y puede llegar incluso a una delirante espera de castigo.” (Sigmund Freud, “Duelo y melancolía”)

La melancolía es un tipo severo de depresión en la que el sujeto no solo ha perdido el deseo, las ganas de comer, de dormir, de moverse, hasta respirar cuesta esfuerzo, sino que piensa en su Yo como algo sin valor, incapaz y moralmente indigno. Emite reproches dirigidos hacia sí mismo y espera un castigo. A veces se fustiga y se rebaja delante de los demás, se denigra. No son raros los delirios de indignidad, en los que predomina la idea de ser un objeto de despojo, la identificación con una basura, con algo ignominioso que solo merece la desaparición, la anulación, ser desechado.

Los auto-reproches del melancólico son virulentos,  solo en apariencia no justificados. El sujeto se martiriza con críticas feroces hacia sí mismo, desvalorizantes e injuriosas. No hay una razón de ser particular, nada en apariencia  explica estos sentimientos. El sujeto ha anulado su amor propio con un efecto devastador en la autoestima. No hay nada ni nadie que lo haga cambiar de idea. No valen los razonamientos. Se trata de un delirio.

La certeza acompaña esta percepción de sí mismo. Es por ello que el riesgo de suicidio es mucho mayor en la melancolía que en una depresión no melancólica. El sujeto está en lo cierto, él es un ser innoble, lo sabe y no duda de ello. Es culpable y punto. Es infame y punto. Está sentenciado y solo merece el mayor castigo.

A veces la única solución que encuentra es la de quitarse de en medio. El suicidio es la vía de escape no solo para dejar de sufrir sino para cumplir con lo que debe hacer: eliminar de este mundo a tan magna podredumbre moral.

Son múltiples las formas y los síntomas que se pueden encontrar en un cuadro melancólico, de aspecto muy variopinto:

«La torre de Babel nunca produjo tanta confusión de len­guas como la variedad de síntomas que produce el caos de los melancólicos.» (Robert Burton, “La anatomía de la melancolía”)

Puede haber insomnio, repulsa a alimentarse, desgana, falta de deseo, sensación de impotencia, de no poder más, desinterés por las cosas que ocurren alrededor. Se pierde, desde luego, la capacidad de amar, de trabajar, de concentrarse. Pueden estar meses sin pronunciar palabra incluso sin moverse en los casos más graves.

Y su certeza no deja de conmover a quien lo escucha ya que puede llegar casi a convencer de que realmente sea una persona despreciable y su sinceridad pareciera que viniera a tocar la hipocresía con la que la sociedad prefiere denominar locos a quienes dicen la verdad y poner a salvo así la imagen adornada que todos tenemos de nosotros mismos.

En palabras de Freud:

“También en algunas otras de sus autoimputaciones nos parece que tiene razón y aun que capta la verdad con más claridad que otros, no melancólicos. Cuando en una autocrítica extremada se pinta como insignificantucho, egoísta, insincero, un hombre dependiente que sólo se afanó en ocultar las debilidades de su condición, quizás en nuestro fuero interno nos parezca que se acerca bastante al conocimiento de sí mismo y sólo nos intrigue la razón por la cual uno tendría que enfermarse para alcanzar una verdad así. Es que no hay duda; el que ha dado en apreciarse de esa manera y lo manifiesta ante otros -una apreciación que el príncipe Hamlet hizo de sí mismo y de sus prójimos-, ese está enfermo, ya diga la verdad o sea más o menos injusto consigo mismo.” (Sigmund Freud, “Duelo y melancolía”)

LA CAUSA

¿La causa? Aparentemente no hay nada que justifique la melancolía. No hay causas, al menos a simple vista. Al observador externo le parece que su estado es exagerado, que sus declaraciones están fuera de toda realidad.

Sin embargo, como en otros tipos de “locura”, esta no radica en tener o no razón, en estar en desacorde con una supuesta realidad, sino en que una verdad que está oculta cobra esta forma.

Hay que usar el microscopio del psicoanálisis para indagar de qué está hecha la melancolía. Si se ahonda en la psicoterapia con estos sujetos pueden dar la impresión de que los reproches violentos que el paciente se dirige a sí mismo podrían de hecho dirigirse hacia otra persona afectivamente importante en su vida, alguien amado y odiado al mismo tiempo.

Nos dice Freud:

“Si con tenacidad se presta oídos a las querellas que el paciente se dirige, llega un momento en que no es posible sustraerse a la impresión de que las más fuertes de ellas se adecuan muy poco a su propia persona y muchas veces, con levísimas modificaciones, se ajustan a otra persona a quien el enfermo ama, ha amado a amaría.”

Y añade:

“Y tan pronto se indaga el asunto, él corrobora esta conjetura. Así, se tiene en la mano la clave del cuadro clínico si se disciernen los autorreproches como reproches contra un objeto de amor, que desde este han rebotado sobre el yo propio.”

Inconscientemente puede existir una identificación del paciente a esta persona con la que sostiene una relación ambivalente. El odio dirigido contra sí mismo está en realidad destinado a otra persona. Si había una identificación fuerte con ella y la relación con esa persona estaba instalada en el narcisismo, entonces es de entender que, al perderla, el yo del sujeto melancólico se pierde con ella. El yo del sujeto cae con esa pérdida. Cae a la categoría de objeto abandonado.

Por tanto, la elección narcisista de objeto es una característica de la melancolía. Siendo así imposible realizar un duelo normal ante la pérdida de objeto ya que este nunca estuvo separado del sujeto. Al no existir esta separación se puede decir que ni siquiera existía el objeto. Si esa persona amada/odiada, ahora perdida, no era vivida como realmente separada de sí mismo, entonces no existía como objeto. Y es una quimera hacer el duelo de un objeto que no existe.

 

LA MANÍA

La melancolía se corresponde con una estructura de la personalidad de tipo psicótico y encuentra en la llamada “manía” una posibilidad defensiva. No nos referimos a la manía como cuando hablamos de alguien que tiene una manía, o el ser una persona maniática. Aquí el sujeto está maniaco, no es maniático.

La manía no es lo opuesto de la depresión, como se dice a menudo. La nominación Trastorno Bipolar no es un término muy adecuado, se presta a confusión  ya que la palabra bi-polar nos remite a un eje de continuidad con dos extremos opuestos. Y no se trata de dos polos opuestos. No se trata de felicidad y tristeza. No se está feliz cuando se está maniaco. Tampoco  hay un continuum, no hay grados de felicidad o tristeza entre los dos polos. Más bien hay una ruptura cuando se estalla en un episodio maniaco.

La manía es un mecanismo por el cual el sujeto se defiende de lo insoportable del estado melancólico. Los mecanismos psíquicos generadores de la melancolía siguen estando ahí, por debajo del estado maniaco. Y a esto no se le puede llamar precisamente felicidad.

La manía se caracteriza fundamentalmente por la fuga de ideas en donde el pensamiento se acelera, se desordena, vaga sin dirección, acusando un habla incoherente, con cambios de tema continuos, perdiendo al interlocutor o ninguneándole. Ya no hay  un sentimiento de insignificancia sin que lo hay de grandeza, de superioridad frente a los demás. Ahora el yo está falsamente ennoblecido,  engrandecido. Es el reino de la soberbia.  El estado de ánimo puede ser eufórico, pero esta euforia no hay que confundirla con la felicidad. La felicidad está asociada normalmente a estados de sosiego, de harmonía, placidez.

Las formas menos severas se denominan hipomanía.

Suele acompañar un estado de inquietud, a menudo de irritabilidad, con un exceso de seguridad, exaltación, actividad febril y logorrea. Insomnio e irritabilidad, sobre todo si es contrariado.

Los delirios de grandeza pueden estar presentes y llevar al sujeto a emprender proyectos imposibles, así como a gastar enormes cantidades de dinero.

La manía no se presenta nunca sola. Se acompaña, tarde o temprano, de algún episodio depresivo.  Pero la depresión puede encontrarse en la clínica sin necesidad de manías. No siempre los sujetos melancólicos se envuelven en un estado maniaco para defenderse de la melancolía. Sin embargo, estos estados, si bien lo libran durante un tiempo variable de la melancolía, cuestan caros al sujeto. Es un derroche energético agotador.

PSICOTERAPIA

Durante los episodios maniacos no se solicita nunca ayuda profesional. Tampoco en los estados hipomaniacos. Pero cuando se bascula hacia la depresión sí. En los casos no muy graves la psicoterapia es muy beneficiosa. En los casos graves el sujeto puede estar inaccesible y el tratamiento por la palabra resulta imposible. La medicación es necesaria en prácticamente todos los casos. No solo por sus efectos calmantes para el sujeto sino porque también puede devolverle el uso de la palabra al paciente por lo que se abre una vía de comunicación con el terapeuta y por tanto la oportunidad de introducirse en un tratamiento psicológico por la palabra.

La psicoterapia es útil, beneficiosa y necesaria para estos sujetos. Hablar de lo que les pasa pone un límite a la soledad con la que suelen vivir y si entran en transferencia con el terapeuta psicoanalítico y hacen un trabajo más profundo se abre la posibilidad de una estabilización favorable y la perspectiva de hacer una vida con cierto grado de satisfacción.

depresión, duelo, Freud, psicosis, trastorno bipolar

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