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Para qué sirve un padre

El concepto de padre no solo sirve para designar al progenitor de un niño sino también y sobre todo nomina aquel conjunto de funciones que intervienen fundamentalmente en el terreno educativo y relacional.

La persona concreta que interpreta el papel paterno puede ser tanto el padre biológico como un pariente más alejado, como un tío, un abuelo, un padrino, o cualquier persona, incluso seres ficticios, como un ser idealizado o incluso Dios. Cualquier persona que la madre ponga en función, a su lado. La actitud y personalidad de este referente paterno y el modo de la familia de relacionarse con él tendrá efectos en la construcción psíquica del niño.

 

El padre es introducido por la madre

Para que la función paterna sea efectiva hace falta que el padre tenga cierta capacidad de generar impacto, que no sea un padre ausente, o bien desvalorizado o incluso negado, bien sea por la madre, bien por la familia o por la sociedad.

El padre está determinado por la madre en el sentido de que es ella la que da a entender al niño el rol del padre, es ella la que le hace presente, le da cuerpo, le da voz, existencia, potencia.

Por lo tanto, este lugar del padre no depende solo de cómo sea la personalidad del padre real sino de la madre también. La madre maneja un discurso acerca del padre. Lo vive y lo siente y el niño capta estos sentimientos de la madre. La madre desea al padre, quiere hacer cosas con él, pasar tiempo a solas con él, hablar con él, tener una vida sexual con él, también habla de él, le describe, lo nombra cuando está ausente. Lo hace presente desde su deseo.

Esto es así independientemente de la presencia real del padre. Véase en este sentido, por ejemplo, en los casos en que el padre real haya fallecido. La madre viuda esta sola, pero tiene todo un discurso acerca del padre: le habla al hijo sobre su padre, le nombra, cuando habla de él le brotan sentimientos, emociones que el niño capta, la madre maneja sus fotos, guarda objetos en los armarios, posee recuerdos, le hace saber al hijo que ya estaba ahí desde antes de que él naciera, que se quisieron, que desearon tener un hijo, etc. Y bien, esto también es función paterna.

Es decir, que en las manos de la madre está el que esta función funcione.

 

El padre es un tercero que separa

El padre introduce el rol del tercer personaje en la interacción dual madre-niño. Por su presencia otra, es decir, bien diferenciada de la madre, aporta una dimensión de la alteridad, de diferencia. La función del padre en este sentido es la de perturbar cierta tendencia a la fusión psíquica entre madre e hijo.

La madre y el hijo, en los primeros meses, están muy fusionados. No solo por todos los cuidados y acciones destinadas a la protección de esa vida frágil y dependiente sino también por los sentimientos asociados. El bebé se siente el centro de atención plena de la madre y de todos los cuidadores alrededor. Bien, la presencia de un tercero (el padre o cualquier otro) viene a impedir que el bebé desarrolle sentimientos de omnipotencia en sí mismo, o bien el sentir a la madre como omnipotente.

Esta función del padre le protege así de miedos arcaicos ligados a los fantasmas de una imagen materna todopoderosa, devoradora, fusional.

El padre tiene pues esta función importantísima de separación, de distinción, de diferenciación que introduce al niño en un proceso de individuación  permitiéndole la construcción de un yo, de un cuerpo propio, de una identidad propia, separada de la madre.

La función del padre sería la de impedir que el niño se quede atrapado en una relación con la madre tal que al niño no le falte de nada. Al niño han de faltarle cosas y sobre todo ha de faltarle la madre un poco, de vez en cuando, ha de notar su ausencia. Ha de experimentar que el deseo de su madre tiene otros lugares más allá del hijo.

Hay hombres que viven la pareja madre-hijo como si nada tuviera que ver con ellos, a veces bajo la idea de que el niño con quien mejor está es con su madre. Y ellos se dedican meramente a aportar un dinero en la casa, interpretando que esa es su función como padres.

Hay madres que gozan tanto con la maternidad, con su bebé, que lo viven como un objeto de satisfacción propio, dejan de interesarse por su pareja y su deseo se centra en el niño. Bien, el padre no debe de consentir esto, ni quedarse en segundo plano sino que ha de promover la separación y el desenganche, beneficioso para todos.

El padre ha de hacerse notar en la relación madre-hijo. ¿Cómo? Haciendo signos de que la madre es objeto de su deseo. El padre aísla una zona de goce, lejos del niño: “aquí no desees, pero puedes desear todo alrededor”. El padre que se comporta así es pacífico, permite todo, salvo la madre. Esa zona de goce, si no está prohibida, bien delimitada por la función paterna, sería mortífera, destructiva para el niño.

 

El padre es transmisor de La Ley

El papel del padre es por tanto la de prohibir. El padre, al ser un lugar tercero, sería como una metáfora que simboliza esa separación. La función paterna es un símbolo. Es un símbolo de la prohibición de la madre. Esa es su verdadera función. Él viene a bloquear, a limitar, a canalizar las pulsiones del niño. Y esta es su ley, la Ley del Padre.

La Ley del Padre es transmisora del propio concepto de Ley.

A la madre le es muy difícil interpretar simultáneamente el rol materno y el prohibidor. A veces vienen madres a consulta, desesperadas por la dificultad que tienen para ser obedecidas por sus hijos. Se trata de madres que están un poco solas en la educación de los hijos, madres sin pareja, separadas o divorciadas, o familias en las que aunque exista un padre real en la casa éste no cumple con la función separadora ya que es poco o nada participativo, es pasivo en su función de padre.

A veces son meros espectadores de la escena madre-hijo, escena que les puede recordar a la suya propia con su madre y retrotraerles a la infancia quedando presos de la contemplación de la escena, como con miedo a estropearla, nostálgicos de la propia relación que mantuvieron con su propia madre.

Algunos padres no quieren “interrumpir”, porque piensan que la madre ya sabe bien cómo hacerlo todo. Sin embargo el niño necesita esa interrupción, ese estropeo de la escena idílica madre-hijo, para poder desarrollarse y madurar.

La madre puede participar de este rol del padre reconociendo esta Ley del Padre y permitiendo que haga Ley también en ella, es decir consintiendo a ser un poco separada de su hijo, a que él esté ahí en el lugar del deseo de la madre. Estas madres vivirán más a gusto su maternidad, sin angustia, seguras de que algo hace límite en sus sentimientos hacia el hijo. Estas madres también sabrán hacerse obedecer por sus hijos ya que no está sola, cuenta con la presencia de un tercero.

Esta función, repetimos, la puede cumplir cualquier persona. La función paterna hemos visto que la cumple el padre y también la madre, en tanto que es ella quien la enciende. También cumple esta función la sociedad con sus valores, sus leyes, sus principios. Esta ley primaria funda el orden social. Todas las leyes de la sociedad en realidad son remedos de la ley paterna, primaria. Aquellos niños que en su propia casa no está bien definida la función paterna, por los diferentes motivos que fueren, que no estén bien definidos los límites, pueden experimentar dificultades para obedecer, para dejarse regular por las leyes de la sociedad.

Posteriormente, el niño, en una etapa posterior de su desarrollo, integrará esta ley y sus derivados (todo el conjunto de normas que los padres transmiten) en su propia conciencia moral, la ley común a todos, los principios mínimos que se le exigen al ser humano que vive en sociedad.

 

Rol de moderador

La frustración debida a la separación de la madre y al respeto de las normas impuestas provoca en el niño actitudes de rechazo y agresividad. La función del padre es también la de ayudarle a aceptar esta pérdida y a sostener y reforzar su adaptación a la realidad. Este apaciguamiento de la agresividad facilita el desarrollo de una conciencia moral en el niño cada vez más elaborada, no ya basada en la espera de premios y castigos sino bien integrada en la condición normativa de la vida en sociedad.

Para que el padre sea portador de la prohibición de la violencia hace falta que él mismo tenga una actitud pacífica y apaciguadora y que pueda servirle al niño de modelo. El padre ha de referirse a la ley en todo momento, no apoyarse en la fuerza, ni imponer las normas por obligación bajo la amenaza del castigo. El padre castigador, y en su caso violento, no cree él mismo mucho en la ley. No la tiene bien integrada.

Debe proponer un ideal de conducta al niño y representarlo él mismo. Él debe dar signos explícitos de su potencia y ser firme en su interdicción de la madre y del resto de prohibiciones culturales. Pero a la vez debe saber mostrarse a los ojos del niño con la misma falta que ahora intenta inculcarle a su hijo, es decir, ser un poco “defectuoso”, no todopoderoso, un hombre que también pasó por esa pérdida en su infancia, la asumió e integró la ley como todos los demás. Un hombre poco excepcional, que no hace excepción a la regla, un hombre como todos los demás. Un hombre que no puede hacer todo lo que le dé la gana sino que asume las normas con placidez.

Para conseguir todo esto el padre ha de ser lo suficientemente gratificador para compensar las frustraciones que él mismo procura.

 

Carencias paternas

Con este término no solo nos referimos a carencias del referente paterno sino a la actitud de toda la familia y de la sociedad. En la actualidad se habla mucho de la pérdida de valores y de la caída de la autoridad.

Las carencias paternas tienen siempre sus efectos en la formación de la personalidad. Cuando no funciona bien la función paterna, la función separadora, podemos encontrarnos con niños que tendrán dificultad para construirse como sujetos y con probabilidad de instalarse en estructuras psicóticas (esquizofrenia, paranoia, autismo, etc.).

En otros casos, podemos encontrarnos con todo tipo de manifestaciones sintomáticas de tipo neurótico que van desde los terrores nocturnos, la enuresis, el TOC, la llamada hiperactividad con o sin déficit de atención (TDH, TDAH), desobediencia, actitudes desafiantes, acoso escolar, manifestaciones de agresividad, malos resultados escolares, adicciones, fobias, depresiones, angustias…

La función paterna hace falta en el hijo, le construye una “falta”, una falta necesaria para vivir, para que se abra al deseo, a las ganas de hacer cosas, de vivir, de tener amigos, de estudiar y de jugar, para estar sano psicológicamente hablando. Él es lo contrario de la sobreprotección, lo contrario de darle al niño de todo, de cubrir todas sus necesidades y que no le falte de nada, o dicho de otro modo, que le falte “la falta”.

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