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Duelo

El duelo se caracteriza por un estado de tristeza y de apatía, a menudo acompañado de insomnio y de ansiedad, consecuente a una pérdida emocional consciente. Puede ser la pérdida de un ser querido, de un trabajo, de un hogar, de una mascota, de la salud, o de cosas más abstractas como el país, la libertad, el honor, la dignidad, la confianza, o ciertos ideales.

Suele aparecer una sensación de empobrecimiento del mundo exterior, de repente parece que nada importe, se pierde la vitalidad, las ganas de hacer cosas, las ganas de comer, la necesidad de dormir.

 

¿Qué es  lo que ocurre en un proceso de duelo?

En las relaciones significativas, de amor, se generan lazos que nos sostienen, nos aportan una imagen de nosotros mismos, un Yo en el que creer y que necesitamos para funcionar en el mundo. Si perdemos a un ser amado perdemos por tanto ese apoyo, nuestro Yo se desestabiliza. La imagen que teníamos de nosotros mismos se desequilibra. Nuestra persona, lo que somos, empieza a cojear. La elaboración de un duelo implica pues no sólo aceptar esa pérdida del ser querido sino también la pérdida de esa parte de nosotros mismos que ya no dispone de aquel sostén. Perdemos lo que éramos para esa persona.

Con la muerte de un ser querido algo de nosotros muere también. En nuestro imaginario esa persona todavía está presente, pero en la realidad, no. Ahora la realidad nos hace ver que el objeto amado ya no existe. Hemos por tanto hacer un esfuerzo por reconocer esta ausencia, esta falta. Renunciamos solo torpemente a ello. Debemos abandonar todas las ligaduras afectivas que nos unían al objeto amoroso, así como los modos específicos de satisfacción que nos pudiera aportar. Hemos de renunciar a todas aquellas complacencias, gozos, deseos y expectativas que se generaron y maduraron en torno al ser perdido. De ahí que con su disipación florezca un sentimiento de empobrecimiento del mundo exterior y de tristeza, arrastrando consigo una fuente importante de vitalidad y de motivación.

Y contra esto surge una oposición muy natural, ya que nos cuesta abandonar nuestros modos de satisfacción habituales. Si esta oposición es muy intensa puede aparecer un alejamiento de la realidad, una negación de la pérdida u otros mecanismos de defensa que si son fuertes y continuados en el tiempo pueden obstaculizar la continuación de la vida. Es decir, el duelo se atasca en algún punto de su proceso y no concluye con la aceptación de la pérdida, del agujero que ha generado.

Para atravesar el duelo hay que tomarse su tiempo; hay que permitirle al dolor expresarse; dejar que nos arranque palabras; renunciar poco a poco a aquellas satisfacciones, deseos y esperanzas puestas en el objeto perdido, que ya no se van a volver a repetir en la realidad pero de las cuales guardamos un recuerdo en la imaginación; y hay que ser consciente de que esos recuerdos no se van, al menos no de repente. Los recuerdos hacen compañía. No se pierde todo.

Hay que aceptar el nuevo Yo, ese Yo despojado de una parte de sí mismo. Tras la muerte de un ser querido no volvemos a ser la misma persona de antes. Hay que aceptar los cambios múltiples, las novedades sin pretender que las cosas vuelvan a ser como antaño. Ceder a que el tiempo vaya recolocando las cosas en su sitio o en sitios nuevos.

 

¿Es adecuado tomar medicación en un proceso de duelo?

El duelo no es una patología. Aunque uno pueda tener la sensación de estar como enfermo, a veces encontrarse realmente mal, este dolor por la pérdida de un ser querido, con síntomas similares a los de una depresión, no es ninguna enfermedad.

En realidad ningún estado psíquico debería considerarse una enfermedad. Pero maticemos la diferencia entre un proceso que puede necesitar de ayuda profesional (ya sea médica o psicoterapéutica) y uno que no lo necesita al tratarse de algo natural y que se cura con el tiempo y el amor de los demás.

Por lo tanto la medicación (y la psicoterapia) en un proceso de duelo no es necesaria. Es un sufrimiento que forma parte de la vida. No se considera una depresión clínica.

Sin embargo, como vivimos en una sociedad con escasa o nula tolerancia al sufrimiento y a veces parece que esté prohibido o esté mal visto sufrir se están desarrollando discursos de protección ante el mismo que fomentan el uso abusivo de medicamentos psicotrópicos (antidepresivos, ansiolíticos, inductores del sueño). Además, está esa exigencia de que hay que funcionar, hay que trabajar, hay que estar bien para ello y no se puede perder el ritmo.

Otras característica de nuestros tiempos es que flota en el aire cierto imperativo de ser feliz, una obligación de estar bien. Esto hace que cuando uno no es feliz se sienta un fracasado, añadiendo un motivo más al deprimido para deprimirse.

Por otro lado, y acompañando a este imperativo, a menudo nos encontramos con discursos pseudocientíficos que patologizan los estados de malestar naturales de la vida. Se propone entonces, como alivio rápido y sintomático, la medicación para no sufrir o sufrir menos. Es una contradicción, sin embargo, porque para hacer un duelo hay que sufrir, si no, no se avanza, y ni siquiera se le podría llamar “duelo”. El duelo duele.

La medicación, si llega a ejercer algún efecto “anti-tristeza”, porque en muchos casos produce escaso o nulo efecto en los sujetos,  podría obstaculizar el encuentro del sujeto con su pérdida, lo amortigua y no facilita el desarrollo de recursos personales adecuados para construir la pérdida. Porque la pérdida que tuvo lugar en la realidad hay que construirla, hay que fabricarla en el psiquismo y esto lleva su tiempo.

 

¿Cuándo ha terminado el duelo?

Uno de los signos del duelo terminado es que la persona se siente preparada para engancharse amorosamente a nuevos objetos.

Siente ganas de nuevo de hacer cosas, recupera su vitalidad, el apetito y muestra interés en las personas, puede trabajar y dormir normalmente y recupera la necesidad social de relacionarse y de buscar satisfacciones personales en el encuentro con los demás.

Los duelos no son lineales. Tienen sus altibajos. Puede una persona sentirse recuperada y al poco tiempo tener una recaída. Las manifestaciones pueden tener lugar de modo intenso y a continuación desaparecer y reaparecer en el momento más inesperado o bien pueden estar ausentes ahí donde más se las esperaba.

Cuando la pérdida es muy importante puede durar años.

Pero si uno siente que ha pasado demasiado tiempo y que la tristeza, el estado melancólico, la apatía y la falta de motivación no se reabsorben quizás se trate de un duelo patológico, una forma de depresión, y quizás no sea mala idea ir a hablar con un psicólogo.

 

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