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Depresión

Los médicos de familia ofrecen este diagnóstico cuando no saben muy bien qué hacer con una persona que se queja de malestar indefinido, desgana, cansancio, cambios de humor, problemas para dormir, a menudo acompañado de malestar corporal también. Con mucha frecuencia prescriben alguna pastilla “para la depresión”, alguna otra para dormir y a veces también algo “para la ansiedad”, sin ningún interrogante, sin preguntar al sujeto que lo sufre a qué puede ser debido ese estado. Es la rutina de los tiempos que corren. Uno se toma la pastilla y sigue funcionando, al fin y al cabo, las preguntas ¿para qué sirven?

Sí, a muchas personas les basta con esto, ¿para qué complicarse la vida con una psicoterapia? Uno puede ir tirando de este modo, es verdad. Sin embargo la incidencia de la depresión en nuestra sociedad sigue aumentando cada día. La Organización Mundial de la Salud calcula que afecta a más de 350 millones de personas en el mundo, una de cada diez personas en E.E.U.U. La llaman ya la enfermedad del siglo XXI.

Depresión es un término, por otra parte, que se usa cada vez más a la ligera, se ha popularizado y se llega a abusar de él. No de todo el mundo que está triste se puede decir que sea un deprimido. Puede ser que esté pasando por un duelo que suele ser pasajero y curarse solo. La depresión no, no se va así como así.

También se podría decir que es incorrecto concebir la depresión como una enfermedad o una afección en sí misma ya que no es más que un síntoma, uno de los síntomas posibles de la neurosis. La enfermedad es la neurosis. También hay depresiones que son propias de la estructura psicótica, como la melancolía y su defensa que es la manía, lo que hoy día se denomina trastorno bipolar.

El afecto depresivo siempre tiene que ver con la dificultad para vivir una pérdida. Ésta puede ser de cualquier tipo, desde el fallecimiento de un ser querido, a  la pérdida  de un trabajo, la salud, de una casa o el trance de un divorcio, un aborto, o un cambio del país de residencia y cosas más abstractas como perder el deseo de otra persona, su consideración, perder la inocencia, la dignidad, perder la entereza, la reputación, la libertad, el amor propio, los ideales, etc. Entonces puede que se deteriore la ilusión por la vida.

En un duelo sabemos lo que hemos perdido, es algo real, pero en una depresión clínica no lo sabemos ya que no hay ninguna pérdida aparente. Y si la hay no basta para explicar por sí sola el sufrimiento intenso o prolongado. El psicoanálisis nos aporta la idea de que el sujeto que padece una depresión revive en el plano inconsciente una pérdida anterior. Pérdidas primigenias no bien elaboradas. Pueden ser separaciones de la madre o del padre, o ambos; reales o imaginarias; bruscas o no; que permanecieron en el plano inconsciente de la conciencia, es decir, reprimidas. Esto quiere decir que algo quedó sin nombrar, o quedó dicho con palabras falsas, o con explicaciones imaginarias que impiden ver la verdad.

En la neurosis la pérdida que está en juego no es el fallecimiento del progenitor, ni el divorcio de los padres, ni ningún objeto de la realidad. Tiene más bien que ver con ese duro camino hacia la madurez a lo largo del cual nos vamos desprendiendo de los lazos amorosos infantiles, intensos y gozosos, para ir desarrollando otros goces ya no tan dependientes de los padres y los cuidadores. Hacer evolucionar los primeros amores, esos que dicen que nunca se olvidan, para desarrollar otros que nos permitan amar a un hombre o a una mujer, convertirnos en adultos y fundar quizás una nueva familia. Esta separación conlleva un duelo. La salud de nuestro deseo se origina en el éxito de este duelo.

Entonces, esta postura de la medicalización del sufrimiento humano, cómoda y aparentemente práctica, resulta, cuando menos, irresponsable. El uso indiscriminado de medicamentos como único remedio para la depresión niega a menudo a muchas personas la posibilidad de ser conscientes de su conflicto neurótico, de hacer su duelo. Contribuye a la extensión de la cobardía, la pasividad y la dependencia y por tanto a una sociedad cada vez más infantilizada.

Si bien el psicoanálisis, u otras psicoterapias, no convierten a nadie en un superman o una superwoman sí hace que las personas tiendan hacia la madurez, con conciencia interna de qué supone esa madurez para cada uno.

España ha triplicado el consumo de antidepresivos en los últimos 10 años y 65 personas de cada 1.000 los toma a diario en cantidad fija.

¿No sería la sociedad más madura, más consciente, más eficaz en el trabajo, más cauta y reflexiva, menos infantil, menos pasiva, menos sufriente, más responsable en sus relaciones personales si se permitiera a los sujetos hablar más de su malestar? Parece que no, que hay una tendencia al silencio, a no querer saber nada del sufrimiento. Hay un anhelo de placer rápido y sin esfuerzo. La mano ligera a la hora de prescribir pastillas está contribuyendo a la infantilización de las personas, a su falta de autonomía, a la dependencia de la sustancia química para estar bien y, paradójicamente, a la cronificación de la depresión, a la intensificación y extensión rápida de un malestar en la cultura observado desde una pasividad total, pasmosa.

 

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